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Manuscritos desde la Torre

Pensamientos plasmados a pluma.

#20 Irreversible
Publicado en:24 Julio 2017 12:19 pm
Última actualización en:11 Octubre 2019 6:43 pm
2597 vistas

Había pasado un tiempo.

Recordaba con viveza el día que empezó con el extraño candado sujeto a su ombligo; y dos pies de cadenita.
Aún resonaba en su cabeza esa sorna: sesenta centímetros de cadena que colgaba molestamente sin poder evitarla. La solución vino con un clip, alrededor de su cintura. Fue un apaño que funcionó, pero le limitaba terriblemente el vestuario: su fina cintura debía quedar oculta.
Los días pasaron, y se acostumbró a vivir con la cadena, disimulándola de diversas formas. Incluso una noche se atrevió a recogerla e introducirla en su vagina: fue una experiencia muy excitante. Parecía un colgante largo que desaparecía bajo la cinturilla.
Las semanas volaron, y utilizó un pequeño y viejo pendiente para recogerla. Molestaba cada vez menos.
Las semanas se convirtieron en meses, y la cadena era parte de sí misma. Sin embargo, algo había cambiado.
Aquella llamada la sobresaltó, pero se tranquilizó y cumplió las instrucciones: estuvo perfectamente arreglada a las diez de la mañana, cuando Él apareció serio. Cogieron un taxi y llegaron a una calle gris. Bajaron y, tras pagar la carrera, Él la llevó de la mano a un oscuro local que parecía ser de tatuajes.
Les saludó con la cabeza una vieja mujer totalmente tatuada, y sin más preámbulos, los hizo entrar en una habitación que asemejaba a una consulta médica de mediados del siglo pasado.
Allí, Él le preguntóquot;¿De acuerdo?", y ella tartamudeóquot;Sí."
No recordaba bien qué sucedió, los recuerdos eran difusos.
Pero los hechos hablaban por sí mismos. Tuvo perforado el labio mayor derecho con una pieza de metal estéril para evitar el cierre de su carne.
Y volvieron a aquel local para encontrarse con la tatuada, quien le preguntóquot;¿Segura, mi ?"
Ella le miró a Él, y volviendo la mirada a la vieja contestó temblando: "Sí."
Antes de desmayarse entrevió una llama de un pequeño soplete, o así lo creyó.
Cuando las brumas se disiparon vio una sonrisa en la cara de su Amo, lo cual la extrañó, pues no era habitual. Pronto fue reemplazada por la cara de la vieja mujer quien también le sonreía y le acarició la frente. La vieja le dijoquot;Eres especial. Lo he hecho a conciencia, no se cerrará jamás."
Habían pasado unos meses... Sí, la vieja lo hizo a conciencia: su labio mayor derecho estaba perforado y cauterizado para alojar holgadamente un anillo de oro sin juntura visible. Debido a la cicatrización masiva, jamás se cerraría ese ojo. "¡Maldita bruja!" se dijo.
-"Estoy marcada de por vida." Y, curiosamente para sí misma, no le molestó.
Y ahí estaba, sentada desnuda en la cama, jugueteando con el aro.
El ruido de la puerta al cerrarse la sacó de su ensimismamiento: era su Amo. Inmediatamente, se puso de pie, con las manos a los flancos y la mirada baja.
Él se acercó y se detuvo a pocos centímetros de ella. Podían sentirse las respiraciones.
- Te voy a quitar el candado de la cintura, dijo Él.
- ¡No, por favor! se le escapó a ella.
- ¿Porqué?
- Me sentiría abandonada, sola.
- Ahora llevas el anillo, el candado era temporal.
- Bien, mi Amo, obedeció ella.
Y se lo retiró. Habían sido unos meses muy intensos.
Ella se sobresaltó: le tiró fuertemente del anillo hacia abajo, eso la sacó de sus pensamientos.
- ¿Lo notas? Ésto es más duradero.
- Sí, mi Amo, creo que para siempre.
- Cierto, para siempre. Como habrás podido comprobar la vieja hizo un buen trabajo, irreversible.
- Sí, mi Amo, irreversible.
- Ahora estás claramente marcada por mí, eres mi posesión definitivamente, y no se puede ir marcha atrás: ¿lo entiendes en su amplitud?
- Sí, mi Amo. Si he llegado a este punto, es que lo he entendido en toda su amplitud.
Un fuerte azote en su culo la sorprendió, trastabilló y recuperó el equilibrio. ¿Habría tomado mal lo de amplitud o lo de irreversible?
- Ahora te mostraré la utilidad del anillo.
Sacó de un bolsillo un ovillo metálico, una cadena brillante, junto con otro candado idéntico al que portó, que unió al anillo y a un extremo de la cadena. Luego, desenvolvió el ovillo y al encontrar el otro final pasó el candado que le había retirado junto con un tirador falso de la cama barco. Ella pensó que jamás había visto las llaves que los abrían.
- Es viernes, hasta que termine el fin de semana estarás atada por tu anillo a la cama. Está medida la longitud: te permitirá deambular por todo el apartamento, baño y ducha incluídos, aunque no podrás cerrar del todo la mampara. Podrás atender a los repartidores de comida si quieres, pero no traspasarás el umbral de la puerta; tampoco te permitirá salir a la terraza, justo te dejará a la puerta. Y como estás desnuda ahora, te será complicado vestirte.
- Sí, mi Amo, repuso ella abrumada.
- Te dejo, has de acostumbrarte. Si tienes algún contratiempo, me llamas. Volveré pronto.
Y el ruido de la puerta la devolvió a la realidad.
Se sentó en el borde de la cama y dejó su mente en blanco.
Al cabo de un tiempo, que no podía definir si fueron minutos u horas, volvió a la realidad.
Se miró el anillo, y decidió moverse por el apartamento. Comprobó que no podía salir a la terraza, a lo sumo, asomarse; llegaba a la puerta de entrada sin problemas. También al baño, pero tuvo que esquivar la cadena para retroceder al inodoro; en la ducha, efectivamente, la mampara no cerraba del todo: "¡qué boba!" se dijo.
Se estaba aclimatando a la situación.
Estaba desnuda, podía usar lo que quisiera de cintura para arriba, pero, para abajo, nada, a no ser que se atara: ¡un pareo! Ni falda, ni pantalón, ni braga. Esa cadena la mantenía desnuda caderas abajo.
Aunque en varios momentos el anillo tiró fuertemente, no le dolió, el ollao de cicatriz lo amortiguaba. Sólo notaba el tirón difuminado en la piel del pubis.
Una idea le vino a la cabeza: el tirador estaba atornillado, y tenía un pequeño juego de destornilladores en un cajón; corrió cuidadosamente hacia él, lo abrió y descubrió algo que la perturbó.
El juego de destornilladores estaba sellado con una cinta de carrocero con la firma estampada de su Amo, lo que más la inquietó, una pequeña llave plateada unida. Cerró el cajón de golpe. "¿Por si no llega a tiempo? Lo ha pensado todo. Y ha registrado el apartamento si dejar rastro. O mi jaula, quizá.
No sabía qué pensar: aquella llave parecía casar con los candados. Había tenido un impulso que descubrió para sorpresa suya que la hacía sentir culpable. Decidió no tocar el cajón.
El día la sobrepasaba: se acostó desnuda. Tardó un rato en acomodar la cadena dentro de la cama.

Los primeros rayos del sol del sábado la sacaron de su modorra. Se levantó despacio, y se dirigió cuidadosamente a la cocina para preparar un desayuno, tenía miedo de que la cadena se enredara en algún lado. Desayunó desnuda, fue al baño y se duchó. Observó que no era del todo complicado, salvo por unas pequeñas salpicaduras que escaparon por la abertura de la mampara.
El sol lucía en todo su esplendor, y pensó en ponerse el bikini y tomar el sol: imposible, ni parte de abajo del bikini ni salir a la terraza. Se puso un kimono negro, se tumbó en la cama y encendió la televisión.
Estaba aburrida. Recordó algo, "los repartidores". Pediría la comida. Excitada, hizo el pedido por teléfono. Ahora venía el reto: cómo disimular su situación.
Se puso una camiseta de tiras muy ajustada y un pareo. "Mis tetas no le dejarán ver la cadena tensa que me retiene." Se rió quédamente; decidió que abriría la puerta completamente, y que pasase lo que tuviese que pasar.
Sonó el timbre. Abrió la puerta de par en par, el repartidor quedó hipnotizado por la tensa camiseta. Moviendo ostensiblemente las caderas, fue a coger el dinero que había dejado deliberadamente en la encimera. La cadena serpenteaba tras el pareo. Se encaró al repartidor y le pagó. Éste estaba alucinado, mirando el escote y, de reojo, la cadena. Cerró la puerta bruscamente y ahogó las carcajadas. Se sentía sumisa y poderosa a la vez.

La tarde pasaba lentamente.

Le hubiera gustado dar un paseo. No.
Ir de compras. No.
Bajar al bar de abajo. No
Tomar el sol. No.
Ponerse un tanga. No.
Follar. No. No tenía potestad para ello, aún sin cadena. Ni siquiera para masturbarse.

Observó atentamente el anillo; no le resultaba a pesar de su elasticidad. Tenía inscrito un signo más, un tres, un cuatro, y nueve dígitos más: ¡el teléfono de su Amo!
¡Por si se perdía! Tras un enfado inicial, comprendió que era de su propiedad. Y sonrió.
Quiso comprobar la consistencia de la cicatriz, pero estaba bien medida la cadena: intentó andar hacia la terraza hasta que un tirón la detuvo por su pubis. Dolió, pero menos de lo que hubiera esperado. Antes se desgarraría la piel anexa que el ollao: "¡Maldita vieja! ¡Qué bien trabajó!"

Se desnudó y se acostó sin cuidar de la cadena.

Llegó el domingo.
Fue al baño.
Puso la radio.
Desayunó.
Se duchó.
Encendió la televisión.
Conectó su ordenador.
Echó de menos tomar el sol en la terraza.
Comprobó la cadena.
Miró su anillo.
Se abrió la puerta. ¡Era su Amo!

Se puso de pie con la cabeza baja.
- Hola, mi Amo.
- Hola. ¿Has aprendido algo estos días?
- Mucho, mi Amo, que soy tuya.
- Voy a soltarte, para que compruebes la diferencia entre estar encadenada y libre. A partir de esta tarde puedes salir libremente y disfrutar, pero será distinto pues llevarás el anillo. Pronto aprovecharé el anillo. Usa esta pequeña libertad: te la has ganado.

Y, tras liberarla, se marchó sin más.

Ella se quedó mirando la puerta. Se quedó inmóvil, desnuda. Cogió su anillo con los dedos y sus pensamientos se congelaron.
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#19 Forzando límites
Publicado en:4 Enero 2014 4:16 pm
Última actualización en:7 Febrero 2018 4:14 pm
14898 vistas

Ella terminó sus preparativos. Abrió la puerta blindada con su llavero en la mano, lo miró fijamente mientras traspasaba la jamba, lentamente, mirando el apartamento, lanzó dentro sus llaves y cerró la puerta bruscamente. Cerró los ojos fuertemente. "¡Estás loca!" se dijo. Aún tenía una oportunidad de echarse atrás.

Salió del portal y se dirigió a la esquina de su manzana. Hacía un poco de viento frío que removía las escasas hojas de los árboles.

Aun cuando iba con un largo abrigo negro entallado, sentía que iba desnuda y era el centro de atracción, y no le faltaba razón en algo.

Un coche negro ralentizó su marcha, y a ella se le aceleró el corazón. Pero continuó su camino. Eso no la tranquilizó.

Al unísono de las campanadas que anunciaban las seis en una iglesia cercana, un monovolumen paró junto a ella: la cara de Él asomó tras la puerta corredera y sécamente le dijo: "Sube." Por las prisas, ella se tropezó al subir con su abrigo.

Ella se irguió mientras Él le colocaba algo parecido a un antifaz en los ojos que la cegaba completamente mientras el coche iniciaba su marcha. No hubo una sola palabra hasta que pararon al cabo de media hora Dios sabe donde. "¿Estás segura?-preguntó él-Sí."

Le ayudó a bajar, y, tomándola del brazo la guió por un suelo urbano; mientras avanzaban, oyó cerrarse la puerta y arrancar el coche.

Se sintió segura con Él. Volaba sobre los adoquines cogida por Él. Hasta que se detuvieron. Captó un roce de madera, se repitió de nuevo, y, una puerta se abrió. Ella tropezó con el pequeño escalón, pero el la sujetó firmemente.

El ruido al cerrarse la sobresaltó. Hubo un eco apagado.

"Ya no puedes volver atrás." Ella asintió con la cabeza, con un nudo en la garganta.

Se oían suaves conversaciones mientras avanzaban por lo que ella creyó un pasillo. Se detuvieron. Unas suaves manos le retiraron el largo abrigo: estaba desnuda bajo él. Las firmes manos de su Amo le llevaron las muñecas a la espalda, donde fueron atadas con un suave cordón. Ella seguía de pie cuando notó sobresaltada como tocaban su candado del ombligo. La voz suave y firme de su Amo le susurró al oído: "Estáte quieta. Te he amarrado por tu ombligo, eres un objeto mío para ser admirado en este momento." Y suavemente le hizo separar los muslos con sus amplias manos.

Ella se sintió petrificada. Pensó en huir, pero era imposible. Se lo planteó, pero no sabía si quería o si podía. Estaba inmersa en ese torbellino de dudas cuando una mano acarició sus pechos con gran suavidad. Por un momento se apercibió de que solo estaba vestida por unos zapatos negros de tacón infinito, "como mi condena", pensó.

Lejos de resistir al ataque a su cuerpo, decidió servir a su Amo quedándose inmóvil. La mano desapareció en su oscuridad tan rápido como había surgido. No sabía qué más podía suceder.

La voz de su Amo se entremezclaba en la conversación que podía entender. Entendía que estaba siendo mostrada a un público, o eso sospechaba. Una mano, ¿otra?, la obligó a abrir más aún sus piernas. Eso era demasiado, pensó en salir corriendo, sin embargo, se dijo que no podía hacerlo. Que no era posible por cuatro razones: tenía las manos atadas, estaba amarrada por su ombligo, no sabía dónde estaba, y, no quería desobedecer...

Este último pensamiento la perturbó profundamente; pero regresó a la realidad pues alguien seguía forzándola a abrir más sus muslos. La voz queda de su Amo detuvo aquellas manos: "Es mía." En el acto, quedó sola. Bajó la cabeza, sobrepasada por la magnitud de esas palabras.

Analizó sus sentimientos, a pesar del torrente de adrenalina que la invadía: Estaba desnuda, atada, sometida, expuesta en ¿público?, y no se resistió. Era suya. ¿Su propiedad? Parecía que sí, si había llegado tan lejos. Jamás pensó que pudiera hacer tamaña locura. No, no era una locura, era algo que había aceptado, aunque por el momento era muy fuerte, placentero y liberador... Liberador, pues no tenía que ejercer el control, no era ya su tarea, su Amo lo hacía por ella, se sentía libre para ¿obedecer? Sí. Solo para obedecer y complacerle. Saboreó la palabra complacerle, pero un resto de su persona recordó varias preguntas recientes sin respuesta.

Su mente se unió de nuevo a la realidad de aquel lugar.

Oyó palabras, "bella", "sumisa", "obediente", "entregada". Por un momento se rebeló: ¡Soy una mujer! ¡Vivo como quiero! Parecía la resaca de una extraña borrachera. Se pararon sus pensamientos: ¡Soy su esclava! ¡Porque lo he decidido!

En ese instante no supo que más pensar, salvo dejarse llevar por la marea que inundaba su vida.

Definitivamente volvió a la realidad. Seguía atada. En aquel lugar. Pero con su Amo cerca, lo cual la tranquilizaba. Hubo más manos que la rozaron, pero más contenidas. Empezó a dejarse ir por esos pequeños placeres. Hasta que un duro tono de voz de su Amo lo terminó.

-Ahora te quitaré el antifaz, y verás a donde te he llevado. Y así lo hizo. La luz amarillenta no la molestó. Pudo ver otras mujeres cegadas y atadas de diversas formas, en varios lugares de una estancia grande, donde otros hombres paseaban indolentes ante ellas..

Sin más palabras, le acortó la cadena del ombligo a una argolla del suelo, y la obligó a ponerse a cuatro patas,

Se dio cuenta de que estaba en un pequeño reservado, junto a una mesa y sus sillitas. Bajó la mirada al suelo pulido de hormigón, supo que era lo que debía hacer: la transformación que temió se completaba: estaba sumisa, como una esclava, y estaba a gusto.

Durante lo que creyó fueron tres cuartos de hora, pasaron varios hombres por el reservado, y hablaron con su Amo. Creyó entender elogios, pero el torbellino de sensaciones le hacía difícil escuchar sus palabras. En ese lapso varias manos acariciaron sus pechos, su cintura, su lomo, su culo, y su coño: no reaccionó a ninguno de los estímulos crecientes. Se mantuvo firme como una propiedad. Observó que mientras la palpaban, varias veces estaban cerca unos pies desnudos, encadenados, de mujer (o de esclava quizá).

Le colocó el antifaz, soltó la cadena del suelo y la hizo levantar. Ella quedó quieta como una estatua de sal. Pronto el abrigo la cubrió. La mano de Él la dirigió por diversos suelos, las voces disminuían, el silencio sólo se vio roto por un diesel al ralentí. Le ayudó a subir al monovolumen. El viaje se hizo eterno, un silencio solo roto por el ronroneo del motor.

Paró el vehículo. Él le ayudó a bajar con cuidado, a pesar de tener los ojos vivos, estaba en su barrio. Le abrió el portal caballerosamente mientras ella pugnaba por mantener el abrigo cerrado. Llegaron a su piso. Nuevamente, Él le abrió la puerta del apartamento y la hizo pasar, le sonrió y le dijo "Dos pies, hasta pronto.". Ella balbució un adiós mientras el sonido de la puerta al cerrarse la sobresaltaba. Su Amo había desaparecido.

Se sentó bruscamente en la cama, cansada. Se quitó el abrigo y lo colgó en el armario, inconsciente de su desnudez. Se agachó para retirarse los zapatos y algo interfirió su visión, ¡una cadena pendía ante sus ojos! ¡estaba anclada a su ombligo! Se había olvidado de ella. Volvió a sentarse en la cama y la observó atentamente: no podía retirarla. Colgaba de su ombligo. Cerró los ojos mientras acunaba su cabeza con las manos para ayudarse a pensar...

Tras un largo rato, vio su manojo de llaves en el suelo, que había tirado antes de esta locura, lo colocó en la mesilla, se quitó los zapatos por fin, pues la torturaban, y al agacharse, algo turbó su visión, una cadena. La tomó en sus manos temblando y pensó: La olvidé, ya no soy libre. Mi Amo gusta confundir. No tardó en hallar la broma: ¡dos pies, sesenta centímetros de cadena que le colgaban desde el ombligo! ¡Tendría que sobrevivir con esa cadena sin que nadie lo advirtiera hasta!,... ¿pronto?

¡Qué malvado! Se dijo entre risas.

Se recobró y pensó cómo la disimularía entre su atuendo. Abrió armarios sacó ropa, y tras largo tiempo decidió que la única manera era enrollarla a su cintura. Seguía en forma, con un clip enlazó el último eslabón con el candado de extraño metal: serviría. "Un poco justo, pero me vale" decidió. Cansada, recogió las prendas y fue hacia su cama, Decidió acostarse desnuda, pues la cadena le molestaba. Se acurrucó, retiró el clip, dejando la fría cadena entre sus piernas. Cuando su cuerpo la calentó, se durmió con una tenue sonrisa.
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#18 la primera doma
Publicado en:8 Septiembre 2010 4:31 pm
Última actualización en:29 Mayo 2019 6:24 pm
22834 vistas

Ella preparaba una suculenta ensalada pues era casi la una. La suave música inundaba el ambiente del apartamento. Se sentía relajada mientras lavaba la lechuga. Vestía un culotte ceñido que se ajustaba a su contorno y una camiseta de tiras, el pelo recogido en una cola de . La moqueta acariciaba sus pies descalzos. Sonrió cuando vio el pequeño bultito que creaba el candado en la tela. Estaba a gusto consigo misma.

Estiró el brazo para alcanzar el aceite cuando un ruido le hizo dar un brinco: la puerta blindada se había cerrado de golpe. Ella se giró asustada y le vio, aún con la mano en el pomo.

- Hola, dijo Él.

- Hola, contestó ella, presa del susto.

Él le miraba fijamente a los ojos. Ella se dio cuenta de inmediato y bajó la mirada al suelo.

- No me esperabas, ¿verdad?

- No, mi Amo.

- Estás muy atractiva con esa ropa. Sencilla, hogareña.

- Gracias, mi Amo. Aquella irrupción no esperada comenzó a excitarla.

- Te disponías a comer por lo que veo. A mí también me gusta la ensalada. ¿No es un poco pronto para comer?

- Empezaba a tener hambre, mi Amo.

- Yo prefiero esperar hasta las dos, dijo mientras apagaba la música.

- Esperaré si es tu deseo, mi Amo. De repente cayó en cuenta y preguntó atropellada: ¿Puedo servirte algo, mi Amo?

- No. Hoy me serviré yo mismo.

Ella repasó lo que había hecho y dicho, buscando un error, sin hallarlo. Esta incertidumbre aumentaba su excitación.

- He observado que no llevas ropa interior, ¿por qué?

- Me duché, y no pensaba salir, mi Amo. Sus ojos bajos descubrieron que sus pezones abultaban claramente.

- Te preguntarás porqué he venido, ¿no?

- Sí, mi Amo, aunque tu deseo de venir es suficiente motivo, mi Amo.

- Veo que estás mejorando tu educación, sin embargo, te dije que debía domarte más duramente: hoy empezaremos.

La frecuencia de la respiración de ella aumentó. Observó la bolsa negra en el suelo, las manos le temblaban ligeramente.

- Desnúdate.

Ella obedeció de inmediato, depositando cuidadosamente la ropa en una silla, pues recordaba bien el orden estricto que Él gustaba en todo. Una vez desnuda, quedó con las piernas ligeramente abiertas, las manos a los flancos, la cabeza baja. Hubiera podido parecer una estatua, pero el movimiento de sus pechos la delataba como una mujer viva, muy viva.

Él colocó la bolsa en la cama, descorrió la cremallera y sacó una venda negra que tapó los ojos marrones de ella.

- Privada de la vista, estás indefensa.

- Sí, mi Amo, pero confío en ti, mi Amo.

Él la cogió suavemente por los hombros, y la llevó al centro de la estancia. Lentamente, le hizo poner las muñecas a la espalda y le giró las manos hasta que éstas se hallaron entre los omoplatos, palma contra palma. Una cuerda soldó la unión de forma que ella no podía mover ni un aṕice los brazos. Esta postura le forzó a arquearse, mostrando sus pechos henchidos.

- Sigues estando muy flexible, comentó Él.

- Sí, mi Amo. Tartamudeó ella.

- Mejor, te vendrá bien. Acto seguido le juntó los tobillos, que ató también.

Ella se veía expuesta y muy vulnerable. La excitación superaba al miedo. Un cabo fue pasado por sus axilas, pero quedo flojo. Se estremeció cuando algo le presionó sus duros pezones. Y se puso de puntillas cuando las pinzas japonesas tiraron de ella hacia la viga del techo a la que habían sido sujetas. Por último, una cuerdita anudada al candado le estiró la piel hacia el tirador del armario. Estaba muy arqueada y en tensión todo su cuerpo; empezó a sudar. Un pequeño crujido de la cama le indicó que su Amo se había sentado.

- ¿Cómo te encuentras? preguntó Él.

Tras unos segundos, ella encontró una respuesta: "Tuya, mi Amo."

- Buena respuesta. Acertaste. Eres mía, y puedo usarte como yo desee. Tu sumisión significa que te has entregado a mí, que ahora no tienes más voluntad que la de someterte a la mía, que cumplirás hasta el más pequeño de mis deseos como si en ello te fuera la vida. Podrás ser castigada, y recompensada.

- Sí, mi Amo. Los pechos tirantes le dolían, y estar de puntillas le cansaba horriblemente, pero aguantaría, se dijo.

- Estamos en el inicio de tu doma, que, bien pensado, no termina jamás.

- ¡No! Susurró ella, asustada.

Un dolor lacerante le surcó la nalga, y fue seguido de más dolores, ya que el brinco que dio le hizo tirar bruscamente del candado y de sus pezones.

- La fusta te ayudará a ser más educada y complaciente. Dijo Él con tono duro.

- Perdón, mi Amo. Exclamó ella. Se descubrió excitada como nunca se había sentido: aquel castigo la puso húmeda. La inmovilidad forzada, la tensión de sus músculos, el dolor, la negrura, todo la llevaba a un estado que nunca había experimentado, la adrenalina la volvía loca. Y saber que Él estaba ahí, disponiendo de ella a su antojo le hizo tener un pequeño orgasmo, que creció al alimentarse a sí mismo por las sacudidas a las que sometió involuntariamente a sus pezones. Estuvo a punto de perder el equilibrio, pero la cuerda que pasaba por sus axilas le permitió conservar la verticalidad.

- Parece que te diviertes, sonrió Él imperceptiblemente.

Ella jadeaba, se sentía incapaz de hablar. Respiraba bruscamente, su piel brillando por el sudor.

- No me hagas esperar. Y le asestó otro fustazo en la otra nalga. Ella casi ni se movió, exhausta.

- ¡Perdón, mi Amo! ¡Me he corrido, no he podido evitarlo! ¡Perdón, Amo!

- Bien, vas aprendiendo. Te recompensaré: ¿Estás cansada?

- Mucho, mi Amo, no puedo seguir más de puntillas.

Le liberó los pezones, ella gritó de dolor. Pudo relajarse al fin. Él retiró la cuerda de las axilas, le soltó el ombligo y le ayudó a tumbarse boca abajo en la mullida moqueta, que le acarició la piel. Él tomó la cuerda y la pasó por sus tobillos, pasándola después por su boca, forzandola a arquearse nuevamente; la ajustó y le quitó la venda de los ojos. Ella parpadeó varias veces. Él trasteó en la cocina, y se sentó en la mesa camilla frente a ella, y empezó a comer la ensalada.

Por su postura, no podía evitar mirar de frente a su Amo, y decidió cerrar los ojos.

- Ábrelos y mírame. Así obedeció ella.

Él tomó parsimoniosamente la comida mientras ella le observaba en silencio forzado. Sus grandes pechos se ofrecían a la vista de Él. Él paseó la vista no solo por ellos, sino por toda su anatomía. Se sintió muy satisfecho de ella, no creyó que aguantaría tanto la primera vez.

Ella pensó que, efectivamente, era propiedad de Él, que lo que Él quisiera hacer de ella estaría bien. Y se sentía muy orgullosa de ello. Había descubierto otro mundo de la mano de Él, y lo exploraría entero, se dijo.

Él recogió la mesa y, suavemente le devolvió la libertad.

- Gracias, mi Amo, dijo ella permaneciendo quieta, pues se sentía completamente entumecida. Todo su cuerpo le recordaba el largo tiempo inmóvil.

- Cuando puedas moverte, te ducharás, has sudado mucho. Y quiero tu pubis sin un solo pelo.

- Sí, mi Amo.

Al cabo de unos minutos, comenzó a levantarse torpemente bajo la mirada de Él. Mirando al suelo, se dirigió al baño. Cuando iba a cerrar la puerta, oyó:

- Eres mía, siempre, incluso en el baño, déjala abierta.

Una vez dentro, comenzó a afeitar cuidadosamente su pubis, pues supuso que Él lo quería perfecto, pues era de Él. Luego se duchó, aliviando el agua muy caliente su dolorido cuerpo. Recordó que no había comido nada, se sentía hambrienta, pero no se atrevía a decirlo.

Cuando salió desnuda, Él leía una revista. Levantó los ojos y le espetó:

- Maquíllate y ponte ropa que te haga sentir bella.

Ella asintió y se puso un conjunto de lencería compuesto por un tanga y un sujetador que realzaba su busto. Unos zapatos negros de tacón y un vestido muy escotado del mismo color completó su atuendo. Se maquilló y cogiendo un bolsito blanco, se quedó de pie, ante Él.

- Bien, estás bien, vamos a tomar una copa por ahí. Pero, antes de que salgamos por la puerta, hay unas normas que has de seguir.

- Sí, mi Amo, escucho.

- En privado, me guardarás el debido respeto, y no me mirarás a los ojos. En público seremos unos buenos amigos nada más, nadie debe ver que eres mía. Y nunca, repito nunca, me besarás o abrazarás.

- Comprendo, mi Amo.

Al poco llegaron a un pub irlandés, donde el pidió un whisky y champagne para ella, quien atrajo de inmediato a las miradas masculinas, Él sonrió levemente. Hablaron largo y tendido, ella se achispó pronto por no haber comido; la dejó hablar, la analizaba intensamente. Él encargó una hamburguesa para ella. Cuando se repuso de la falta de alimento, la acompañó al apartamento y se despidieron.

El día había sido muy intenso.
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#17 primer encuentro.
Publicado en:27 Agosto 2010 5:47 pm
Última actualización en:8 Febrero 2014 9:13 am
20087 vistas

Abrió la puerta del pequeño apartamento con el juego de llaves que ella le había proporcionado. Estaba oscuro, a pesar de ser mediodía: ella había cumplido sus órdenes.

En la penumbra la vio, de rodillas, separadas éstas, con las manos a la espalda, desnuda, y con la cabeza humillada, como ella misma.

Él la observó en silencio. Ella estaba en medio de un torbellino de emociones. De repente, la ronca voz de él rompió la quietud:

- ¿Cómo estás?

- No sé como explicarlo.- tartamudeó ella.

- No te preocupes, eso es tarea mía. A partir de ahora, eres mía, por tanto, seré yo quien te cuide.

- No, no entiendo, balbució ella.

- Es sencillo: has aceptado ser mi sumisa, por lo que yo soy el responsable de tu cuidado. A partir de ahora, soy yo quien decide todo. Ese candadito te recordará en todo momento que me perteneces. Es un símbolo, pero que puedes tocar.

- ¿Cómo debo tratarte ahora?

- Soy tu Amo, por lo que deberás mostrarme un respeto exquisito, como el que yo te tendré, pero en otro plano. Nunca pondrás en duda mi palabra, salvo en un caso extremo, en el cual usarás la fórmula de seguridad que pactamos. Mientras tanto, eres de mi propiedad, para mi uso y disfrute.

- Sí... Amo. Y cerró fuertemente los ojos, en parte asustada, en parte feliz.

- Ahora, voy a usarte, pues eres mía.

Tras un silencio eterno, ella contestó:

- Sí. Claro... ¡Sí mi Amo!

- Eso está mejor.

Él distribuyó unos cojines en el suelo, se sirvió unos hielos en un vaso que ahogó con whisky y se quedó quieto de pie.

Ella percibió la inmovilidad y se preguntó qué debería hacer. Acertó a levantar la mirada.

La voz de él sonó seca y cortante:

- Voy a tumbarme en esos cojines que tú deberías haber preparado, pero lo pasaré por alto por tu inexperiencia. Necesito una mesita baja para mi bebida y el cenicero que traerás inmediatamente.

Ella se levantó de un salto, y alcanzó el cenicero de cristal que estaba en la repisa. Se quedó quieta mirándole, como atontada, no había ninguna mesita baja en el exiguo apartamento.

- Tienes mucho que aprender... Tú eres la mesita ¡espabila!

Ella se sonrojó. Se puso a cuatro patas junto a Él. Colocó el helado vaso en su lomo, lo que la hizo estremecer. Y luego, el cenicero, que ella dejo casi caer en el suelo.

Él encendió la televisión. Tras cambiar de canal, dejó una película del oeste. "John Wayne, me encanta." Y le palmeó el culo. Ella reprimió el sobresalto, y pensó: "Quiere una mesita, y la tiene. Soy yo. Cumplo mi objetivo. ¿Espera otra cosa? Me quedo quieta." Se sentía excitada. Nunca había sentido algo así.

Al cabo de una media hora, el se levantó y buscó algo en su chaqueta. Ella no se atrevió a levantar la cabeza, aunque se sentía entumecida. Cuando Él se acomodó de nuevo, le tocó el candadito, ella se asustó. De repente una tensión se unió al candadito. Ella no abrió los ojos.

- ¿Notas el peso? Inquirió Él.

- Sí... mi Amo.

- Es solo media libra, colgada de tu ombligo.

- Sí, mi Amo.

- Vas aprendiendo... Seguiremos. Y subió el volumen del televisor: Stumpy se quejaba con su voz rota.

Al menos habían pasado tres cuartos de hora, calculaba ella. Estaba casi con calambres, pero no se atrevía a mover ni un músculo. Pensó que era ridicula la situación. No. No era ridícula, pues estaba muy excitada, sin comprender muy bien porqué. Aguantaría. Esto era completamente nuevo y...

Algo cortó sus pensamientos: algo físico.

Él le estaba introduciendo algo en su vagina. Se abrió paso hasta llenarla. Ella pensó que la estaba violando, no, era de Él, por tanto, era el designio de su Amo, resonó en su cabeza.

- Quieta guapa, eres mía.

- Sí mi Amo, tartamudeó ella.

- No te asustes, solo es un vibrador, pero sin pilas.

- Gracias, atinó a decir ella.

- Gracias...?

- Gracias, mi Amo.

- Eso está mejor.

- Debes entender que eres mía, que tu cuerpo me pertenece, que puedo hacer lo que quiera con él. Que tu mente es mía, que solo pensará lo que yo quiera. Te has entregado. Disfruta de tu sumisión. Si no te agrada, sabes qué hacer.

- Sí mi Amo, me gusta, me quedo.

- Bien. Suena bien.

Ella se sentía muy bien, casi sin saber porqué. No era dueña de su destino, ahora esperaba la siguiente orden de su Amo. Era su aspiración. Estaba en sus manos.

La cinta parecía interminable. El cenicero de cristal era delgado, y le transmitía el calor de la brasa del cigarrillo que Él había depositado en el. Su lomo sufría el calor y el frío del vaso. Un par de veces tuvo la tentación de revolverse, pero se contuvo. De vez en cuando, el le toqueteaba el vibrador, empujándoselo suavemente, lo que a ella le hacía desear arquearse, sin embargo, consiguió contener sus músculos. Lo peor fue cuando Él le rozaba displicentemente el clítoris, mientras Él fumaba suavemente, coincidiendo con algún tiroteo: a ella le costaba una barbaridad no moverse, pues deseaba tirar cenicero y vaso y saltarle encima. Pero estaban a otra cosa, se repetía en su mente, como un mantra: "soy suya, soy de su propiedad.".

La película terminó. Él le sacó el vibrador, ella se disgustó. Le retiró el pequeño peso del ombligo. Ella se volvió, y le miró a los ojos. Él le dio una bofetada tremenda que la hizo caer.

Cuando se repuso, se arrodilló frente a él, con la cabeza baja.

- Perdón, musitó.

- Perdón...?

- Perdón, mi Amo.

- Aprendes lento, tendré que domarte más duramente. Me has disgustado, esperaba más de ti. La próxima vez no seré tan indulgente. Has cometido dos errores serios que he pasado por alto y otros dos más considerados como faltas de respeto. La próxima vez no seré tan indulgente.

Se vistió y marchó.

Ella quedó desnuda y abandonada. Los calambres que recorrían su cuerpo eran irrelevantes. Lloró. Y acarició el candadito. Y deseó volver a sentir su presencia. Se sintió sola. Muy sola.

Dedicado con cariño a osada.

Courbure
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#16 decisión
Publicado en:28 Julio 2010 1:45 pm
Última actualización en:8 Febrero 2014 9:13 am
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Ella se despertó, y, entre las brumas recordó su último sueño, tan placentero. Se acarició un muslo. Delicioso, pensó. Luego, recordó algo, y su mano se acercó a su ombligo: ¡No es un sueño! resonó en su mente abotargada. ¡Llevo el candado! Se levantó de un brinco. El espejo del armario le devolvió la imagen de una mujer hermosa, desnuda, y con un candado brillante en su ombligo.

"¡Qué he hecho!" Se lamentó. Toqueteó el candado con cuidado. No podia quitárselo, pensó. "¿Y porqué querría quitármelo, si lo yo he decidido?".

Empezó a rememorar los hechos anteriores. La palabra sumisión le retumbaba en la cabeza. Encendió su netbook y buscó en Internet. Leyó y leyó. Tras dos horas, sonrió. Pero su sonrisa le duró poco: seguía desnuda y sin desayunar. Se puso una bata de seda y se preparó un café con tostadas.

Cuando el sonido del café hirviendo la devolvió a la realidad, se descubrió acariciando el candado. ¡Mierda, las tostadas se habían quemado!

Sentada en la esquina que era la cocina, meditaba con la taza de café en la mano: historias de sumisión, esclavitud, vejaciones, violaciones, y otras cosas peores. "¡Ostia, que hago!" Cerró los ojos: él era un caballero, lo conocía bien. Pero no en esta faceta. Cuando la taza estuvo fría, abrió los ojos, miró el candado largamente y se dijo: "Por fin me ha pillado, pero ¿quién soy ahora para él?"

Volvió a su netbook. Buscó y buscó. Y encontró. Cansada, se fue a la ducha. El domingo había sido muy corto.

Ya en el minúsculo baño, limpió con esmero el pequeño metal plateado, sin prisa: empezaba a comprender.

Sabría responder.

Él, terminó de leer el periódico en una plaza. Suavemente, sacó un llavero de su bolsillo: el llavín refulgía con la luz del ocaso. Se levantó del banco y se encaminó hacia su casa.

Era hora de cenar.

La historia empieza a tomar cuerpo...
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#15 continuando
Publicado en:12 Julio 2010 3:46 pm
Última actualización en:8 Febrero 2014 9:15 am
19751 vistas

Continúo el relato. Gracias, carat_ZC por tu opinión.

Como dije, es un relato abierto, espero sugerencias, ideas, sentimientos, pero, recordad, el que escribe soy yo.

Espero que lo disfruteis.

Llamó al portero automático tras comprobar el piso en la servilleta de papel. Dijo su nombre. La única respuesta fue la apertura de la puerta. Subió en el ascensor hasta el noveno, y un piso más andando. Sólo había tres puertas: la del cuarto de máquinas del ascensor, la de la terraza, y una tercera entreabierta. La empujó.

Tuvo que esperar un instante a que se acostumbraran sus ojos a la tenue luz. Adivinó que era un apartamento minúsculo, de una única estancia, que agrupaba dormitorio y cocina, más una puerta que sería el baño.

Y en medio del espacio, ella, desnuda, con las piernas ligeramente abiertas, las manos a los costados, la cabeza baja.

Temblándole la voz, dijo a duras penas: "Bienvenido, mi Señor."

El cerró suavemente la puerta blindada. Y la observó largamente: sus pechos subían y bajaban por la respiración nerviosa.

El dedicó un largo tiempo a deleitarse con su desnudez, orbitando a su alrededor, analizando todas sus facetas, mientras ella permanecía inmóvil.

Ella respiraba cada vez más fuerte. El sonrió levemente. Hurgó en la pequeña bolsa de cuero que había traído, buscando lo escogido. El tintineo del metal la asustó: lo esperaba, pero no pudo resistir la emoción.

Le rozó el ombligo, ella se estremeció, especialmente cuando notó que le quitaba el piercing. Cerró los ojos fuertemente. Al retirarlo, se sintió extraña, como desnuda, ¡qué tontería! pensó nerviosa. Y su nerviosismo aumentó cuando notó, que algo le volvía a llenar el hoyo del ombligo. Era metal, sin duda, pero no estaba frío. El lo había tenido un rato en su mano.

Un ruido, como a cámara lenta, la hizo salir de sí misma: un click. No se atrevió a abrir los ojos, solo concentró sus sentidos en su ombligo. Pero no conseguía información, estaba demasiado turbada.

Una voz grave la sacó de su turbación: "Eres mía."

Ella permaneció como una estatua. Lo único que oyó fue la puerta blindada que se cerraba. Aturdida, abrió los ojos: estaba sola.

Tras unos segundos, se recobró; miró su piel, abrazada ahora por un pequeño candado muy brillante, como de níquel.

Se sentía extraña. Ese candado la ataba a algo, que no conocía muy bien, pero que la atraía. Lo acarició repetidamente. A cada caricia se estremecía, sin saber muy bien porqué, aunque intuía un futuro.

Se acostó desnuda, olvidándose de su pijama pues el candadito empezaba a ser parte de sí misma, y, sin saber porqué, la hacía sentirse vestida y hermosa.

Se durmió suavemente, notando el peso del pequeño metal agarrado a ella.

Courbure
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#14 algo interactivo
Publicado en:8 Julio 2010 2:27 pm
Última actualización en:11 Deciembre 2013 2:06 pm
19827 vistas

Tal y como se habló en sala Español, comienzo una serie de relatos cortos sobre una relación BDsM, los cuales verán su rumbo cambiado por los seguidores de los mismos.

Es un divertimento que espero os guste. Recordad, vuestra participación es esencial.

Claro que, yo soy quien escribe...

Courbure.

inicio del relato.

Llevaban años sin verse. Se encontraron en una cafetería de barrio, por una casualidad. El, divorciado y solo. Ella también. Retomaron la amistad de la juventud. Entre cafés recordaron aquellos años que nunca volverían. Tras largos minutos descubrieron que se seguían atrayendo.

El, alto, sencillo, del montón. Ella, morena, estilizada. A pesar de sus cuarenta años, los hombres se volvían a mirarla.

Un anciano que estaba solo observó, solo él, que había una conexión entre ellos, imperceptible.

Hablaban de sus separaciones, de los litigios, de las negociaciones. Luego, de sus escarceos, más tarde, de sexo.

Bromeando, de como hubiera sido su relación.

De pronto, ella pegó un respingo: recordaba cuando le agarró por las muñecas y la besó forzadamente, su espalda contra un muro. Solo tendrían veinte años. Chiquilladas. No. Para ella no. Le reconoció que el estar sujeta le proporcionó un "algo" muy excitante.

De pronto, la conversación tomó otro giro: ¿Excitante? ¿Estar sujeta?

Pues sí. Ella afirmó que estar sujeta le excitaba, que perder su voluntad le agradaba.

El profundizó: ¿Había oído hablar de la sumisión?

Tras un acuerdo, quedaron en verse en una semana en el apartamento de ella.

¿Le pondría un collar? ¿Y qué collar?

El anciano sonrió al verlos. "¡Tortolitos!" dijo para sí.

fin del relato.
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#13 el respeto
Publicado en:22 Enero 2010 4:22 pm
Última actualización en:27 Septiembre 2011 4:01 pm
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El respeto.

Una palabra sencilla, con una sonoridad hasta cortante. Seca, dura, y, sin embargo, tan agradable.

Podríamos asociarla a una sesión hosca, pero dulce.

Su uso, y lo que es peor, su comprensión, desaparece de día en día. No debemos entenderla únicamente como una actitud hacia los demás, sino como una forma de ennoblecernos, de hacernos más grandes.

Se pierde, de tantas formas... No ceder el paso ante una puerta, no saludar a los desconocidos, hacer graffitis, aparcar en las aceras, no usar las papeleras, ¡ah!

Por eso, disfruto con la exquisitez de una buena sumisa, pues lleva el significado de la palabra respeto hasta niveles insospechados, pues la eleva con la entrega de su propio ser.

De la misma forma que se entrega, la sumisa, con su actitud, se hace más merecedora del respeto de su Amo.

El respeto ha de ser mutuo, de cada uno en su posición, pues sin él, quedan sin cimientos: por tanto dejan de ser quienes podrían ser. El yin y el yang, son complementarios: la suma es lo que importa.

Desde el más sencillo acto hasta la sumisión, un amplio abanico de formas de comportarse.

Es algo tan etéreo que a muchos les cuesta utilizarlo, y lo que es peor, a otros les incomoda sobremanera.

Debemos extenderlo, es nuestra seña de identidad. La politesse...

Courbure
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#12 El error lgico
Publicado en:22 Agosto 2009 4:10 pm
Última actualización en:12 Febrero 2010 5:23 pm
20087 vistas

Acabo de colgar mi manuscrito #11, y tiene un error de lógica imperdonable, ¿sabreis descubrirlo?

Os daré una pista, intrincada, eso sí.

Dice una vieja canción:

Todo el mundo quiere a mi baby,
Pero mi baby solo me quiere a mí.

¿Quién es "mi baby"?

¡Ha ha ha!

Courbure, retorciendo las mentes con la lógica.
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#11 El Retiro.
Publicado en:22 Agosto 2009 3:53 pm
Última actualización en:18 Abril 2024 5:55 am
19354 vistas

Tras siete meses, he decidido retomar este manuscrito digital.

Han sucedido muchas cosas, tanto en esta página como en mi ámbito personal.

Sobre mi persona, solo diré que me enfrento a varios problemas que resolveré por mí mismo, como siempre he hecho. Respecto a alt.com, y especialmente a la gente con la que me relaciono, que han sido unos tiempos convulsos, que han traído hechos molestos, y magníficos.

Entre ellos debo destacar que se abrió un refugio ante la poca elegancia de algunos que infectan alt.com, Ilusionado, como otros, fui. Resultó aún peor: un nido de conspiraciones. Al menos, me retiré a tiempo. Éste desapareció, y de sus almas, no encuentro ni rastro. No sé si es mejor o peor. Me hubiera gustado que justificaran sus actos, podrían estar en poder de la razón, aunque no lo creo; pero puedo equivocarme.

En otra página que frecuentaba, ahora, en vez de click, suena una caja registradora; me borré.

En lo poco que frecuento el chat de alt.com, todo sigue igual, o "nihil nuovo sub sole", que lo expresó mejor Galileo.

No todo van a ser decepciones; he conocido a gente estupenda, amantes del BDsM, educados, correctos, sabiendo estar en su lugar. De todos ellos he aprendido algo, o al menos he intentado crecer un poco más en el camino, en el Tao. Y de los desagradables, también debo agradeceros el que me hayais enseñado.

Meditando, llego a la conclusión de que nos falta templanza. Nos lanzamos al albur, sin saber que hay después. Seamos más calmos. Siempre hay tiempo para aprender, y lo que es más importante, para encontrar el Maestro.

El Maestro, su búsqueda. Es una labor sin fin. Pero mientras buscamos, aprendemos, por tanto, crecemos, sin saberlo: ¡Buscadlo!

Courbure.

P. S.: Jamás encontrareis al Maestro, pero buscando, buscando, quizá llegueis a serlo sin saberlo (teoría de los límites).

P. S.: Esto no es un testamento, no me muero, ¡malpensados!

Un Courbure muy pensativo...
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